martes, 8 de febrero de 2011

¿Desear o no desear?

Hace unos días leí un texto de la obra "Alma infantil" escrito por Herman Hesse. En el que el protagonista lucha internamente entre lo que desea y sus pensamientos, es decir, un conflicto racional-pasional. Si lo analizamos mediante las teorías racionales y pasionales podemos descubrir dos soluciones posibles al problema que nos presenta el protagonista: ¿es posible distinguir entre lo que se piensa y lo que se siente?


Según las teorías racionales, la razón ha de superar a los deseos y pasiones, es la encargada de dirigirlos hacia un camino de sabiduría. Filósofos como Platón nos lo muestra mediante el "Mito del carro alado". Otros como los estoicos defienden que únicamente el sabio alcanzan la sabiduría, ya que aceptan racionalmente el destino e ignoran las pasiones terrenales que nos alejan de la felicidad deseada.


Por otro lado, las teorías de corte pasional, nos muestran un camino completamente diferente. Personajes influyentes como Hume, Nietzsche o Freud, critican a lo racional alegando que nos priva de la alegría de vivir; y consideran que la vida sin pasiones no es una vida, es lo esencial, lo que nos mueve. Además, son las pasiones las que se imponen a la razón, o por lo menos así debería ser.

Frente a estos dualismos tan extremos me resulta difícil decantarme por alguno, ya que creo firmemente que hay que llegar, como en todo, a un equilibrio que nos proporcione una vida plena y feliz. Ninguna de las dos opiniones propuestas, en sí, me parecen válidas. Los deseos y sentimientos, al igual que la razón  son innatos en nuestro cuerpo, por lo tanto sin ellos no podríamos calificarnos como personas. Soy de aquellas que consideran imposible separar la inteligencia de la capacidad afectiva, por lo tanto la unión de ambas es lo que nos hace tener una inteligencia emocional. Es esto precisamente lo que las nuevas corrientes filosóficas nos plantean: educar la manera de pensar tanto sentimental como racional; ganar experiencia que junto con el conocimiento nos hagan evolucionar; y que la genética no tiene la última palabra. Como conclusión, nos queda claro que somos flexibles, moldeables, y que tienen la misma importancia una correcta educación de nuestras capacidades sentimentales y racionales para nuestro pleno desarrollo.


Alejandra Boix Vega

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